Reflexión: Juventud D, "No futuro"

28.05.2021

En la coyuntura actual, en la que estamos inmersos en una crisis económica de proporción mundial, debido a las malas administraciones de los gobiernos que nos someten, es habitual escuchar historias de miseria, pobreza, quiebras, hambre, desempleo, etc. Es por esto, que estamos más que acostumbrados a ver desahucios, protestas, manifestaciones e imágenes de cómo la cola del paro aumenta más y más. Es lo que más apremia en esta situación, lo más urgente, aunque hay un tema del el que se habla menos, y es que ante la emergencia de vivir se dejó de lado el cómo vivir. Es completamente normal, escuchar más de cómo llegar a fin de mes (económicamente) que, de cumplir sueños y anhelos, hay más interés en ganar más dinero que en qué hacer más allá del trabajo y se pregunta más por salidas laborales (quiero encontrar un trabajo mejor) que, por qué o quién se quiere ser.

Por eso, este escrito trata de arrojar luz sobre eso que ha quedado oscurecido en la tragedia: sobre los sueños, el deseo, el compromiso y en definitiva la elección, porque siempre se trata de una elección, incluso cuando se intenta no elegir se está haciendo una elección, que te posiciona en un lugar y que tiene consecuencias como cualquier otra.

Es común entre los jóvenes, y no tan jóvenes, escuchar frases como, "no sé qué hacer con mi vida", "tengo que estudiar algo, pero no sé qué", "no sé qué me gusta", y otras tantas. Mientras dicen esto, desempeñan trabajos que no les gustan, muchos de ellos son denigrados y explotados (y más en el contexto actual en el que muchas empresas se aprovechan de la necesidad económica para explotar a sus empleados), viven en ciudades en las que no quieren vivir, compran lo que no necesitan, tienen parejas que no les llenan emocionalmente, hipotecas que apenas pueden pagar...Viviendo vidas rutinarias y tristes donde el deseo no parece vislumbrarse y donde la queja no parece avalada en estos tiempos de crisis ¿Cómo se va a quejar si tiene trabajo (precario), pareja (sin deseo) y casa, (del banco) cuando hay tanta gente que no tiene nada?

De lo anterior surge una duda lógica ¿Cómo estas personas de vida rutinaria se quejan y a la vez se permiten el lujo de no saber lo que quieren o lo que les gusta? Parece que lo que sí saben bien es lo que no quieren, justo lo que tienen. Para comprender cómo han llegado hasta aquí habría que analizar diversos factores.

Voy a empezar por el final, diciendo que el ser humano en realidad siempre sabe de su deseo y que ese "no saber" que tanto se escucha produce una ventaja porque mientras "no se sabe", no hay que hacerse cargo de su deseo y de lo que implica lanzarse a lo complejo que es cumplirlo.

La palabra "deseo" remite algo positivo, algo que se quiere, que es bueno y produce satisfacción. Resulta difícil comprender por qué el deseo puede llegar a ser rechazado. Para entenderlo, la clave está en que por más que ese deseo luzca satisfactorio, no necesariamente tiene que ser cómodo, de hecho, en ocasiones tratar de cumplirlos puede ser algo incómodo. El deseo es un anhelo, se desea lo que no se tiene y no es posible tenerlo todo, es dinámico, cambia, se mueve. Cuando cumplo algo que deseo, llega inmediatamente otra cosa nueva, ansío algo que no está, que me falta, nunca estamos completos, sólo hay dos estados de completitud donde no necesitamos nada, uno es mientras residimos en el vientre materno y el otro es cuando estamos muertos, donde confluyen el todo y la nada.

Volviendo a la vida, ésta es un continuo deslizamiento de nuestro deseo, que nos reclama, nos exige, nos empuja. Así, se entiende que sea incómodo, parece un jefe dando órdenes. Podemos ejemplificar lo anterior de la siguiente manera, "una persona que trabaja como funcionario, con sueldo fijo y buen horario laboral. Esta persona no es feliz y su verdadero deseo es convertirse en arquitecto y, más allá, sueña con diseñar los mejores edificios de la ciudad. Aventurarse en este sueño le supondría una tormenta de cambios. Lo primero sería formarse como arquitecto, que además es bastante complejo y puede que tenga que hacer un examen de ingreso. Además, tendría que organizar el asistir a la universidad y compaginarlo con el trabajo, o quizá cambiar el turno o dejar el trabajo actual por incompatibilidad de horarios, pero, claro ¿quién deja un trabajo fijo en estos tiempos?, ¡un loco! dirían algunos. En cualquier caso, tendría que buscar alguna forma para mantenerse y costearse sus obligaciones propias y externas, carrera, materiales, cursos, etc. Puede incluso, tener que sacrificar esos ahorros que tenía para la entrada de una casa o un viaje a parís".

"Otro punto importante, es la pérdida del espacio temporal de ocio, que le supondría llevar a cabo este desafío, tiempo de compartir con amigos, pareja, familia, y demás, que deberá sustituir. Ahora, supongamos que tiene 29 años, teniendo en cuenta que necesitan 5 o 6 años para finalizar una carrera, y al encontrarse laborando, quizás requiera 2 o 3 años más; dicho funcionario estaría próximo a los 40. Después, deberá encontrar trabajo, el cual, al inicio puede que sea precario o incluso no remunerado. Asumamos, que adicional a ello, deba mudarse en búsqueda de solvencia económica "buscarse la vida", incluso a otro país (teniendo en cuenta, que necesita aprender inglés si quiere sobrevivir en otro país) y volvamos a echar una mirada a estos familiares, amigos, pareja... la cosa se pone complicada".

"En resumidas cuentas, el funcionario que ahora disfruta de un trabajo agradable, con un buen horario, tiempo para ocio, seguridad laboral y económica, vacaciones pagadas y una vida cómoda, tendría que poner todo en jaque por la posibilidad de cumplir sus metas".

Suena desmoralizante y se hace incluso tentador seguir con esa vida cómoda. ¿Para qué poner en riesgo todo? La respuesta es simple, porque lo que se tiene no es lo que se quiere, lo que se quiere es lo opuesto a lo que elegiste. El problema es que con el tiempo este cómodo, pero infeliz, funcionario será más infeliz y se sentirá más vacío, anhelando ser ese arquitecto que luchó por un futuro diferente. Dicen que uno se arrepiente más de lo que no hace que de lo que hace.

Antes, se le reprochaba a la persona que se quejaba y se preguntaba por su existencia, como si existieran escenarios peores, por los cuales alguien no pueda sufrir por sentirse vacío, frustrado y por verse abocado a un futuro triste. Menos aún el quejarse una persona que goza de seguridad económica y laboral (de poco le servirá a este funcionario esa seguridad si es infeliz, parece más bien la seguridad de una cárcel, donde la comida y el agua están aseguradas, pero estás encerrado). Para comprender mejor la idea de que algo pueda estar avalado o no en el discurso social hay que ir hacia atrás en ese mismo discurso, echando un vistazo a nuestra socialización primaria, a la primera escucha social, la que realizamos sobre lo que nos decían nuestros padres o figuras primordiales, a lo que nos inculcaron y nos hablaron durante toda nuestra vida y para entender dicho discurso hay que desviar la mirada a su historia, a lo que ellos vivieron. La mayoría de jóvenes que ahora tienen entre 30 y 40 años han tenido unos padres que vivieron en una Colombia muy precaria, que nos ha dejado incrustado en nuestro inconsciente colectivo, esa manera perversa de gobernar, a través del miedo donde el que está arriba hace lo que quiere y el pueblo calla, un reflejo de la actualidad política, heredera de aquella, donde quien gobierna, por más que sea un tirano, títere, o un payaso hace y deshace, porque aquí no pasa nada.

(Imagen 1)
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Por más que a estos padres de los que hablábamos les fuese bien o mal, lo que es seguro es que vieron de cerca una realidad dura en primera fila. Algunos la sufrieron en carne propia y otros la vieron por televisión Para esta generación fue complejo acceder a estudios superiores, muchos de ellos fueron arrancados de los colegios o institutos para trabajar y ayudar a su familia y los que pudieron estudiar una carrera lo hicieron con un gran esfuerzo para pagarla (pagando deudas al ICETEX), también había familias que se podían permitir pagar los estudios de sus hijos como en la actualidad, pero era mucho menos habitual.

Siguiendo una tradición parental, es normal que ahora ellos quieran para sus hijos lo que ellos no pudieron tener, o por lo menos que no les suponga tanto esfuerzo. De igual manera que con el pasar del tiempo nuestro funcionario frustrado querrá que sus hijos se lanzasen a cumplir sus sueños y no se estanquen (él ya conocería las consecuencias nefastas de haber renunciado a su deseo), aquellos padres querrán que sus hijos puedan estudiar una carrera universitaria, posgrados, y tengan trabajo fijo y seguro, un "buen sueldo" y una casa propia. Según esto podríamos decir que el funcionario anterior es un triunfador y que sólo le falta la casa para cumplir "todos sus deseos". Las comillas son porque esos deseos no son de él, son de otros. Porque el deseo al igual que las épocas, cambia. Las inquietudes y las posibilidades del mundo de ahora no son las de antes, y las realidades son diferentes; con lo cual lo que le valía antes a alguien para ser feliz no tiene que ser lo mismo que ahora.

Esta proyección del deseo ajeno, se traduce en el afán de coleccionar títulos o la "titulitis" que hay en Colombia y en el panorama de las universidades; donde estás mismas son centros comerciales de títulos, llenas de alumnos empujados a estudiar sin tener claro el por qué ni el para qué, donde, sin ánimo de generalizar, proliferan en los campus, campeonatos de "UNO" (juego de cartas) en cada una de las cafeterías, el ausentismo, la escasez de plazas libres en las zonas verdes, alumnos que en el primer año, o los dos primeros o más, se los toman como sabáticos (si es sabático ¿para qué se matriculan en la universidad?), alumnos que tardan diez años o más en terminar una carrera que normalmente se acaba en cuatro o en cinco, y que la causa de esto sea la falta de esfuerzo. Después están los postgrados, donde en muchos casos la formación práctica está supeditada a la teórica, que encima también es floja, porque los profesores no saben lo que están enseñando. Así, nos encontramos con jóvenes de veintitantos con carrera universitaria y uno o dos másteres que debutan en las empresas sin experiencia ninguna y no saben ni coger el teléfono y titubean sin cesar; y qué decir los que se animan a salir al extranjero en donde aterrizan pletóricos de títulos y con el ego inflado, pero en realidad son ninguneados y relegados a trabajos operativos básicos (esos trabajos que tenían que haber desempeñado mientras estudiaban, para adquirir experiencia). Lo peor de todo es que muchos de estos egresados ni siquiera están contentos con lo que estudiaron; simplemente lo hicieron por tener un título, por obedecer a lo que les dijeron los padres, o seguir lo socialmente aceptado. Muchos no han tenido que costearse la carrera y claro, no han podido aprender a valorarlo. Así, paso a paso, lo que prometía ser un futuro próspero se ha convertido en una pesadilla con una vida a medio hacer, la cual, al igual que una casa con cimientos defectuosos es mejor deconstruirla directamente y empezar de cero.

Estos jóvenes acaban trabajando donde les toca. Les explotan y ningunean, pero como seguían el deseo de otros no saben cómo escapar ni hacia donde ir porque su propio querer quedó sepultado. Ya están "dopados" (el problema es cómo) y están condicionados por el miedo de que si se van de un trabajo pueden quedarse sin nada ("Con lo mal que está la cosa"), y condicionados también por el miedo de contradecir el deseo de los otros (padres, amigos, pareja, social...). En definitiva, están perdidos y sin guía, únicamente movidos (y paralizados) por el miedo.

Hay otra circunstancia que lo agrava y es que estos jóvenes no están preparados para elegir a la edad a la que les toca hacerlo, de hecho, no se les forma para elegir individualmente sino para pertenecer a la manada de iguales. Como dice, Erich Fromm en su libro, "El arte de amar" (1956), se les entrena como iguales, pero no en el sentido de individualidad donde cada uno es único y diferente, sino en el sentido de identidad, entendidos como todos idénticos, idénticos horarios de trabajo, de consumo, idénticos gustos, etc. El caso es que estos jóvenes tienen que elegir en muchos casos a los 16 años un itinerario de asignaturas u otro que ya les cierra puertas de algunas carreras; y a los 17 y 18 escogen carrera universitaria dentro de las que pueden optar por su nota media (examen del ICFES), parte de la cual está determinada por la nota de selectividad, reválida o similar, la cual no refleja el trabajo, esfuerzo y conocimientos del estudiante. Una calificación que tiene carácter general y evalúa a personas a medio-construir para permitirles seguir un camino u otro. De manera que una persona que puede tener unas grandes cualidades para la filosofía, la literatura y el lenguaje, pero muy bajas para las matemáticas y los deportes no pueda acceder a una carrera de letras donde la nota de acceso sea alta. Esto es absurdo y no hay que olvidar lo más importante, y es que a esa edad uno no sabe lo que quiere, aún se está formando, no se le pueden cerrar tantas puertas para que sea una oveja más. Por eso en algunos países como Argentina y Uruguay tienen un año de Ciclo Básico Común en la universidad (CBC) donde las asignaturas son generales y no sólo adquieren contenidos base, sino que de esta manera pueden elegir con más conocimiento. Tampoco se fomenta la formación profesional de grado medio y superior, recién se empieza a hacer en los últimos años ante la falta de profesionales y la avalancha de universitarios, o sea que las universidades están llenas, pero faltan profesionales, ¿paradójico no? Así, nos encontramos los psicólogos en nuestras consultas dado el contexto, a un ingeniero que nos cuenta que le gustaría ser historiador del arte, un historiador del arte que le gustaría ser biólogo, o incluso muchas personas que no necesitan tener una carrera ni un puesto complejo para ser felices, pero estudiaron una carrera difícil empujados por influencias externas. Todo esto no sorprende en absoluto si se analiza el escenario que lo sostiene.

Teniendo en cuenta que el sistema educativo esta dado y que los antecedentes históricos no se pueden cambiar, nuestro marco de actuación se centra en estas personas que tienen el deseo sepultado. Retornando al ejemplo del funcionario y comparándolo con estos jóvenes "sin no futuro" y otros no tan jóvenes (cada vez aumenta más la cantidad de personas que se deciden a estudiar una carrera o una segunda para cumplir la meta que no cumplieron en el pasado); al igual que el funcionario de nuestro ejemplo con deseos de arquitecto tendría que renunciar a muchas cosas y luchar incansablemente para cumplir su deseo, lo mismo pasaría con el ingeniero con deseos de historiador de arte o con el hotelero con inclinaciones hacia la enfermería. Además de todo el esfuerzo antes comentado tendrían que desafiar el discurso paterno/social, contradecirlo y arriesgarse; esto suele dar miedo y no es nada fácil. Todos queremos ser aprobados y aceptados por nuestro entorno, queremos pertenecer, en definitiva, queremos ser queridos. Pero cuando uno se empieza a mover en otra dirección el entorno comienza a tambalearse y teniendo en cuenta que las personas solemos juntarnos con nuestros iguales, hay que entender que, si una oveja se desvía del camino, probablemente no sea seguida por las demás que ya llevan su inercia propia y grupal, con lo que puede que abandone la manada y emprendan caminos diferentes.

Ahora se puede entender mejor eso de: "no sé lo que me gusta", "no sé qué quiero hacer", etc. Es que ese "no sé" tiene beneficios, el de seguir cómodo, el de no elegir, el de no perder, porque toda elección conlleva una pérdida, el de no esforzarse y el de no hacer frente a un torrente de cambios.

En este escenario pasa el tiempo y estos "jóvenes d: no futuro" que no se animan a seguir su deseo tratan de dar sentido a su vida como pueden, habitualmente poniendo parches encima de más parches, como puede ser, por ejemplo, comprándose un auto lujoso, que además de disfrutarlo al principio como un juguete nuevo, se vuelven esclavos de pagar las cuotas y así les sirve de excusa para seguir igual repitiéndose internamente: "No puedo estudiar/dejar este trabajo porque tengo que pagar el carro". Al mismo propósito sirve también la moda actual de adquirir constantemente lo último en tecnología: móviles, tabletas, reproductores, consolas de video juegos, ordenadores..., así, son consumidores y devoradores de información y sobre todo de desinformación y viven enganchados para no pensar.

En cuanto a lo profesional, en este panorama prima la entrega al otro, porque ya que ellos no se hacen cargo de su deseo, que el amo se haga cargo, y se goza de la comodidad de esa entrega. Mientras el amo se haga cargo de todo, yo le puedo exigir, le puedo querer, odiar y lo que me apetezca, puesto que la responsabilidad se la traspaso a él, por ejemplo, puedo trabajar en una empresa quejándome constantemente de lo malo que son mis jefes, pero no me atrevo a buscar otro lugar donde puedan valorarme más o a emprender mi propio negocio.

La figura de este "amo" puede constituirse en el jefe, los padres, un presidente, Dios, la iglesia, un club social, una pareja, un ídolo, etc. Amos a los que se usa de chivos expiatorios para culparles de la frustración que se sufre por llevar una vida vacía y que, si bien pueden estar dando motivos para decepcionarnos e incluso odiarlos, les estamos odiando por algo de lo que no son responsables, porque es uno el que renuncia a su deseo, nadie le obliga, se pueden recibir presiones sí, como ya hemos visto, pero la decisión es de uno, y a través de lo que Freud llamaría "un enlace falso" se le responsabiliza de nuestra propia elección a otro u otros y así no tenemos que hacernos responsables de la misma. Porque claro, es más fácil odiar y decepcionarnos con el otro que con nosotros mismos; esto en psicoanálisis se conoce como "proyección". Así, vemos que muchas veces la gente se queja por un "amo", pero no para intentar dejar de ser esclavos, sino que buscan un amo diferente, mejor. Lo cual es una trampa porque en tanto busquemos "amos" siempre estaremos a merced de ellos y de sus cambios. Esta búsqueda de amos se traduce en que, a ciertas edades, muchos de estos jóvenes, hartos de sus "amos" se van de sus empresas a otras con el deseo de que un nuevo jefe les ascienda y les dé una posición más alta donde sean mejor reconocidos y valorados, o traten de ascender a toda costa en la misma empresa en la que están (con estos "ambiciosos" trabajadores se frotan las manos en muchas empresas para exprimirles al máximo a cambio de una promesa de ascender que normalmente nunca llega). Si todo esto no funciona recurren a una salida muy solicitada como es opositar (hoy en día no tanto porque el estado no cumple con la función de servirle al pueblo). Opositar para por lo menos tener un trabajo fijo y seguridad como en la cárcel de nuestro funcionario que ya teníamos olvidado. Me encuentro muchas veces con el discurso de: "Quiero opositar, pero no sé a "qué", sólo para poder dejar este trabajo y tener mejores condiciones, para tener vacaciones a final de año o trabajar menos horas", es como sobornar al deseo por una vida cómoda renunciando a gran parte de nuestra libertad.

Opositar puede ser una buena opción sí, e incluso una salida a una situación difícil como la actual pero cuando se hace sin un motivo claro, sin deseo, sólo para estar cómodo, no creo que sirva para ser feliz. Además, hay que tener en cuenta que muchos de estos oportunistas opositores son los que ocupan y van a ocupar muchas de las plazas de los cuerpos de policía, bomberos y demás fuerzas del estado, para los que su desempeño a mi juicio requiere de unas características y motivación especiales que deben de ir mucho más allá de querer tener seguridad laboral y económica.

En el plano personal, que también está condicionado por el profesional, es muy habitual que estas personas formen parejas insulsas con otros jóvenes perdidos, puesto que ¿con quién se va a juntar una persona que no sigue su deseo? pues con alguien a quien no desea, y viceversa, ¿quién se va a juntar con alguien que no le desea? alguien que tiene sepultado su deseo. De esta forma la elección de pareja se convierte en compañera y símil de la elección del trabajo; parejas que están juntas porque se vienen cómodos el uno al otro. En la primera crisis grave de esta pareja se aplaca una vez más con un parche (la propia pareja ya suele funcionar como parche en estos casos), que puede ser la compra de una casa con su correspondiente hipoteca, haciendo suyo el tan famoso como el antiguo discurso chibchombiano de "es mejor vivir de la goterita, que no tener nada", "arriendar casa es esclavizarse, no hay nada como tener lo propio". Lo que pasó con esto en Colombia es que la gente compró a cualquier precio y si vemos en la actualidad todas las personas desahuciadas que no llegaron ni a pagar los intereses de la deuda y mucho menos la casa que iba a ser suya, pero nunca fueron dueños ni de los marcos de las puertas, y que ahora subasta el banco. Vemos que este discurso tan arraigado falló. Otro parche ante una nueva crisis puede ser el nacimiento del primer hijo, a estas alturas no hace falta explicar cómo va a ser el vínculo con ese hijo y la función que éste va a cumplir en la pareja (pegamento), que no nace del deseo sino de la inercia. Uno se podría preguntar ¿y aquí donde está el amor? "se fue volando por el balcón donde no tuviera enemigos", como dice una canción de Roberto Iniesta.

Muchos lectores pueden estar pensando que no tiene nada de malo querer comprarse una casa, tener hijos, opositar, etc. Y tienen razón. El tema está en el motivo de esa elección y en la función que cumple. Si se hace como expresión del deseo del sujeto o si se realiza para poner un parche sobre algo que se quiere ignorar. Sobre todo, porque no funciona, lo que se pretende ocultar hará fuerza y aparecerá en la superficie por medio de síntomas como, ansiedad, depresión, problemas de sexualidad, insomnio, etc.

Pero como por desgracia los seres humanos aún no tenemos la capacidad de ver el futuro, estos "jóvenes d: no futuro" siguen diciendo "no sé". Puedo asegurar que si supiesen lo que les espera tardarían poco en saber y en empezar a movilizarse. Porque como decía antes, el deseo siempre está ahí, lo que pasa que está tan cerca que se desfigura y en muchos casos condicionado que se sepulta. Un ejemplo claro de lo anterior, es cuando nos ponemos gafas y muchas veces se nos los olvida que las llevamos puestas.

Todos hemos sido estos jóvenes perdidos alguna vez, porque la vida es un continuo proceso de perderse y encontrarse, de crisis que se superan y que adquiere una ganancia, como en las elaboradas dentro de la teoría de Erik Erickson. A través de un análisis se puede redescubrir el deseo y después cada uno, con las cartas sobre la mesa, una vez que lo inconsciente se vuelve consciente, puede tomar la decisión de hacerse cargo de su deseo y de su decisión. Lo que es seguro es que, si renuncian a la posibilidad de sentirse realizados, hablando en los términos de la pirámide de Maslow, entonces a lo único que pueden aspirar es a los escalones inferiores de esa pirámide, a llevar una vida más o menos soportable; aquí es donde entran en juego las drogas, la telebasura (series en plataformas como Netflix, Prime video, etc.), el trabajo compulsivo, la prostitución y un amplio abanico de consoladores para la vida. Todo para pensar en el presente, no en el futuro ni en el pasado, desfigurando y descuartizando el sentido del "Carpe diem" para convertirlo en eslogan y emblema de la perversión. Y es que volviendo a mirar de reojo la pirámide de Maslow, hipotecar el deseo y la felicidad de uno para tener cubiertas las necesidades básicas, de seguridad y de afiliación puede salir muy caro, quizá era lógico en épocas anteriores porque justamente era lo que escaseaba, pero ahora puede que ya vaya siendo hora de luchar por algo más coherente con nuestra realidad y nuestro contexto. Porque al igual que con las hipotecas bancarias al final tu casa es del banco, de esta manera tu deseo hipotecado acaba siendo del otro.

Se hace imperativo mencionar que muchos jóvenes a pesar de perderse, como es lo normal, se encuentran y siguen su deseo, aprovechan sus años de universidad, incorporan discursos diferentes, emprenden empresas, etc. Esta es la prueba de que sí se puede, ese lema que está tan de moda actualmente "se puede, se pudo y se podrá". Pero no hay que mirar hacia otro lado, para ver que cada día se crean menos empresas, y aumenta la cantidad de personas que no intenta luchar por sus sueños y que el panorama socioeconómico actual nos impide en ocasiones ver esa realidad de pérdida de sueños, de carencia de lucha y de personas frustradas. Ningún "amo" va a venir a salvar a estos jóvenes (ni mucho menos los personajes de la escena política actual) como decía antes es una cuestión de elección, de compromiso con uno mismo, de hacerse cargo del deseo. Hace poco una joven me preguntaba que de dónde iba a sacar la fuerza de voluntad para estudiar algo, el tema es que ni siquiera había pensado el qué o el para qué. No es la primera vez que me hacen esta pregunta. Yo respondí que en lo que tenía que pensar era "qué quería ser", en "qué se quería convertir" y así podría decidir si tenía que estudiar y el qué. Porque es el deseo el que empuja y lo que da fuerza de voluntad, porque el deseo es justamente eso, la voluntad. Cuando se desea algo y se va a por ello sólo hay un camino, hacia adelante. Porque lo que sí sabemos es nuestro deseo, pero hay que sostenerlo; y estos "jóvenes d: no futuro" deben explorarse para que se encuentren y, por supuesto, también los no tan jóvenes, porque nunca es tarde para perseguir el deseo propio y siempre es demasiado pronto para renunciar a él.

(Imagen 2)
(Imagen 2)

Jey Sebastián Jiménez Tabares

Psicólogo

Referencias

Imagen 1: https://www.eltiempo.com/colombia/medellin/la-conflictiva-situacion-de-los-jovenes-en- medellin-308042

Imagen 2: https://www.elnuevosiglo.com.co/articulos/08-2020-rodrigo-d-no-futuro-la-cinta-que-hace-

30-anos-marco-el-cine-nacional

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